Diálogo de sordos
El trágico viernes 31 de abril, hace
exactamente una semana, fue testigo de hechos violentos, lamentables y
deplorables, que no debieran repetirse jamás.-
Pero, los hechos que se registraron ese día, no
se generaron espontáneamente, sino que son el fruto de una serie de factores
que venimos soportando como sociedad, que arrancaron durante el Gobierno de
Nicanor Duarte Frutos, se extendió al de Fernando Armindo Lugo e hizo
metástasis con el de Horacio Cartes.-
Los primeros ensayaron el camino, pero la
reacción social frustró el resultado pretendido, mientras este último (Cartes),
hasta hoy ha demostrado un absoluto desprecio a la reacción social, lo que nos
hace pensar que, en octubre del año pasado cuando pidió a los Diputados el
rechazo del proyecto de enmienda, en realidad estaba mintiendo, buscaba ganar
tiempo para repensar sus estrategias y recomponer sus fuerzas.-
“Somos testigos de la crispación y tensión que
ha generado, no seré participe de este camino”, afirmaba como fundamento al
alegado rechazo al proyecto reeleccionista por la vía de la enmienda, y menos
de seis meses después impulsa con más fuerza su proyecto, desatando un
verdadero caos.-
Corresponde criticar y condenar con todas las
fuerzas de nuestras convicciones los hechos de violencia, Con mayor razón los
actos vandálicos y la rapiña que se produjeron en la sede del Congreso y que
posteriormente se extendieron a otros puntos aledaños de la Capital.-
Estos hechos pueden – quizás – ser explicados,
pero nunca justificados.-
Lo que no tiene explicación, y mucho menos
justificación, es la violencia ejercida desde el Estado con el pretexto de
restablecer el orden público. Porque cuando otorgamos al Estado el uso
monopólico de la fuerza pública, no estamos extendiendo una autorización
ilimitada, ni un cheque en blanco.-
Lo que quedó perfectamente claro, el viernes
pasado, es que las autoridades y responsables de la seguridad pública no
entienden, no quieren entender, o quizás no les interesa, que la sociedad ha
confiado en ellos la protección de su vida, su integridad física y patrimonio,
y les autorizó a recurrir al uso de la fuerza, proveyéndole de armas y
municiones, para que puedan cumplir esa misión. Pero, como se dijo antes, el
uso de la fuerza limitada a los casos indispensables, de modo racional y
proporcional.-
En la noche del viernes pasado la Policía uso
la fuerza de manera innecesaria utilizando escopetas con balines de goma contra
manifestantes y Parlamentarios, y cuando hizo falta – llamativamente – se llamó
a silencio, facilitando la quema del edificio del Congreso.-
En la madrugada del día siguiente siguió el
descontrol en filas de la Policía, y gracias a las imágenes del circuito
cerrado de televisión de la sede del Partido Liberal Radical Auténtico, se
puede observar la grotesca, vergonzosa y criminal conducta de los uniformados
que a sangre y fuego irrumpieron en el lugar, hiriendo de muerte al joven
Rodrigo Quintana.-
La agresión que costó la vida a Quintana, no era
indispensable, siquiera necesaria, por el contrario, las imágenes muestran
claramente que no constituía un peligro para la seguridad de terceros, y menos
para los agentes del “orden”. El uso de la fuerza fue francamente irracional, y
ni siquiera puede alegarse que el error, la confusión u otros factores podrían
explicarlo.-
Pero, nada tiene explicación, en estos días,
pareciera que la irracionalidad se ha enamorado de nuestras autoridades, que
pretenden reducir el caso a un hecho aislado, protagonizado por un integrante
del cuerpo policial, actuando por cuenta propia. Tanta irracionalidad que han
procurado aislarlo del resto, alegando que se había escapado del lugar de
reclusión, en el que estaba guardando arresto domiciliario, reconociendo – sin
pensarlo – que como encargados de su custodia, asumían responsabilidad penal
por “liberación de presos”, conforme lo define el Art. 294 del Código Penal.-
Lamentablemente, cuando la convocatoria al
diálogo efectuada por el Presidente de la República, parecía indicar que la
racionalidad volvía a instalarse, estábamos presenciando – nada más – que una
representación teatral cuyo final era previsible.-
Se instaló la mesa de diálogo, solo para
cumplir un rito, registrándose errores de unos y otros.-
Unos por rehusarse a participar, otros por no
acordar la agenda sobre la cual trabajar, y todos por no comprender que el
diálogo sin negociación no tiene ningún sentido.-
Si los defensores de la enmienda, comenzando
por el Presidente Cartes, no ponen sobre la mesa de negociación su proyecto
reeleccionista, y los defensores del Estado de Derecho no ofrecen salidas
alternativas a la crisis, el diálogo será nada más que para que cada sector
reitere sus argumentos, que todos los hemos escuchado hasta el hartazgo. Será
nada más que una tremenda pérdida de tiempo.-
Creo firmemente en el diálogo y el debate como
medio pacífico de solución de controversias, pero para que sea fructífero y
rinda resultados, los involucrados deben deponer sus posiciones intransigentes
y sus actitudes irracionales. De lo contrario no será un diálogo, sino una
farsa.-
El Diccionario de la Lengua Española sabiamente
define el término diálogo, como “…1. m.
Plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o
afectos; 2. m. Obra literaria, en prosa o en verso, en que se finge una plática
o controversia entre dos o más personajes; 3. m. Discusión o trato en busca de
avenencia…”.-
Hasta ahora califica como la primera, o –
quizás – la segunda acepción del término, mientras lo que la sociedad necesita,
más allá de los intereses sectarios o personales de sus protagonistas, es que
el diálogo iniciado y posteriormente interrumpido, se reinstale con el firme
propósito de hacer realidad su tercera acepción, es decir, que se trate de una
discusión en búsqueda de avenencia.-
Si oficialistas y opositores no concurren a la
reinstalación del diálogo, con muestras de renunciamiento, desprendimiento y
voluntad de llegar a acuerdos, la siguiente etapa no será más que una “Conversación en la que los interlocutores no
se prestan atención”. Es decir, seremos espectadores de un verdadero
“diálogo de sordos”.-
Jorge
Ruben Vasconsellos